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En días pasados tuve la oportunidad de compartir contigo muchas cosas: una nueva antología, uno de mis libros en oferta para celebrar San Valentin, y la llegada de ese libro a diferentes top de ventas de la plataforma Amazon (en Estados Unidos, México y España).
Mientras esas cosas sucedían yo me preparaba para una nueva aventura, y es que desde hoy compartiré y comentaré mi novela Química Perfecta con un grupo de lectoras en el Club Romance 365. Estoy muy emocionada por esta oportunidad, y no puedo esperar a redescubrir la historia de Belén y Alberto a través de los ojos de estas chicas; pero antes de eso quise compartir esta pequeña conversación entre dos personajes a los que quiero mucho, y para seguir la tradición de las escenas extra que he compartido durante este mes, voy a ubicar a este par de víctimas de Murphy en algún lugar de San Francisco.
Específicamente en un bar.
*~ *~ *~ *
Ignacio
No tenía el hábito saltar de bar en bar al salir de la
oficina, pero últimamente me sentía bastante agobiado y la idea de irme a casa
a seguir pensando en mis problemas no me parecía tan atractiva. Podría ir a casa de mi novia, pensé,
pero tenía el presentimiento que en lugar de ayudar a resolver las cosas eso solo
las empeoraría.
Traté de apartar todas esas cosas de mi mente mientras le
daba un sorbo a la cerveza que acababa de ordenar, y saqué mi teléfono móvil
para jugar una partida de Avengers Alliance porque me parecía el
método de distracción perfecta.
Fue entonces cuando se desencadenó una serie de eventos desafortunados
que cambiarían mi futuro.
—¿Ya te pensaste mi propuesta sobre ser
amigos? —La
voz de Alberto, el tipo al que había contratado como asistente hace unas semanas,
me sorprendió—.
Porque realmente me vendría bien uno, y creo que a ti también.
—¿Qué te hace pensar que no tengo amigos? —dije, girando
para mirarlo.
—No he dicho que no los tengas, solo que… —se interrumpió
y tomó asiento a mi lado mientras negaba con la cabeza—. No necesito repetirlo.
Tú escuchaste lo que dije, y entendiste lo que te pareció mejor. —Volvió a
negar con la cabeza—. Pero no importa, yo soy paciente, y eventualmente te
darás cuenta de que no soy tan malo.
—De lo que me he dado cuenta es de que hablas mucho, y de
que te gusta meterte donde no te llaman.
—Ah, eso también —asintió, dándome la razón—. Es que
meterme en los problemas ajenos me ayuda a olvidarme de los míos. —Se encogió
de hombros—. Lo que me lleva a preguntar, ¿a qué debemos el honor de tu visita?
—¿Qué quieres decir? Yo llegué primero…
—Sí, pero yo soy cliente regular y no te había visto
antes aquí —me dijo—. Además, tú no pareces la clase de tipos que ahoga sus
penas en cerveza.
—Eso es porque no lo soy —respondí, cogiendo mi cerveza
para darle otro sorbo. Entonces, en contra de mi mejor juicio, empecé a
contarle a Alberto mis problemas—. Hace meses que estoy saliendo con una
persona, y todo iba bien, pero de repente las cosas empezaron a estancarse —confesé—.
No sé exactamente qué fue lo que hice mal, y obviamente no tengo idea de qué
hacer para arreglarlo.
—Estoy seguro de que estar aquí jugueteando con el móvil
y tomando cerveza no ayuda a la causa. —se burló mientras hacía señas para que
le sirvieran una cerveza igual a la mía.
—Obviamente —dije, rodando los ojos—. Pero necesitaba un
respiro de todo eso, y este plan parecía una buena idea al momento.
—Te entiendo —asintió—. Las relaciones son complicadas,
por eso es que yo prefiero no meterme en terrenos peligrosos y mantener las
cosas ligeras y divertidas el mayor tiempo posible.
—Complicado es lo que me empujó a una relación, en primer
lugar —dije entre dientes, pero tengo la sensación de que Alberto me escuchó
bien porque empezó a verme de una manera extraña.
—¿Quieres hablar de eso?
—No…
—Entonces vamos a sacarte del problema que sí quieres
resolver, en lugar de ponernos a hurgar en las cosas que prefieres guardarte.
—Considerando lo que dijiste sobre meterte en la vida
ajena para no pensar en la tuya, no pensé que fueras a dejarlo pasar tan rápido
—le dije, arqueando una ceja.
—Toma a una persona con secretos reconocer a otra con
ganas de proteger los suyos —me respondió, haciéndome fruncir el ceño—. Ahora,
sobre el problema con tu novia… creo que tengo una solución.
Después de esa declaración, Alberto me propuso un plan
que era tan absurdo que era imposible que no diera resultados. O tal vez yo
estaba en ese punto en el que la desesperación me hacía ver con lógica cosas
completamente irracionales, porque esa es la única explicación para que
aceptara su idea de escribir una carta a la columna de consejos amorosos de la
revista en la que trabajamos y, peor aún, para que hiciera caso a la respuesta
que me dieron ahí.
Te estarás preguntando cómo salieron las cosas, y me temo
que no tengo buenas noticias. Mi relación no mejoró. Al contrario, terminó de
irse a la mierda, igual que el dinero en mi cuenta bancaria, mi línea de
crédito y mi orgullo. Esto último, porque después de aterrizar en una sala de
emergencias para remover un juguete sexual de tu cuerpo hay muy pocas cosas de
las que sentirse orgulloso; especialmente si la persona que te lleva de regreso
a casa después de ese viaje a urgencias es el idiota que te aconsejó escribir a
la revista.
Me gustaría decir que esa fue la última vez que nos encontramos, pero eso sería una mentira. Así como sería falso afirmar que fue la última vez que le hice caso a una de sus ideas, que siempre terminaban siendo las peores. Pero Alberto insistía en ganarse el lugar de amigo, a pesar de que yo seguía teniendo mis reservas; y debo admitir que por alguna razón siempre terminaba escuchándolo, soportándolo y, aunque a regañadientes, también terminaba siguiéndole la corriente.
*~ *~ *~ *
Conoce más la historia de Ignacio en Conexión Inesperada, y si quieres saber más sobre Alberto échale un vistazo a Química Perfecta. Ambas historias pueden leerse de forma independiente, y forman parte del programa Kindle Unlimited.
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